Muerte en el anexo
noviembre 26, 2023La distancia entre la Ciudad de México y Nueva York es de 4 mil 321 kilómetros. A lo largo de dos décadas, José Luis Manzo, de 50 años, originario de Los Reyes, La Paz, Estado de México, recorrió esa distancia una veintena de veces, lo que equivale a dos vueltas al mundo.
José Luis, carpintero que trabaja en la industria de la construcción, emigró a Nueva York en julio de 1998, unos meses después del nacimiento de Luis Ángel Manzo Irineo, su segundo hijo. El plan, como el de millones de migrantes mexicanos, era sencillo: irse a “al otro lado”, trabajar, ahorrar, enviar dinero y volver a su país.
En el 2000 regresó a México, pero sólo para confirmar que la distancia, el tiempo y su ausencia habían erosionado la relación con Ángela, la madre de sus hijos. Se separó de ella y volvió a los Estados Unidos. Allí conoció a su actual esposa y obtuvo la nacionalidad.
Desde entonces, una vez al año, visitaba a sus hijos, “sus muchachos”, como él los llama, para pasar las vacaciones decembrinas con ellos. Llegaba con cuatro maletas a cuestas y muchos obsequios bajo el brazo.
A lo largo de dos décadas, José Luis tomó una treintena de vuelos. Ante sus ojos, en los últimos años, el espejo verde del Lago de Texcoco fue desapareciendo para mostrar la silueta en forma de “X” del fallido Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAIM).
Nunca había atravesado el cielo de su país en días nublados. Hasta aquella mañana trágica, cuando recibió una noticia devastadora.
El 30 de julio de 2018, a las 7:00 a.m., le avisaron que Luis Ángel, su hijo de apenas 20 años, “su muchacho”, había fallecido al interior del anexo “Grupo Generación Nezahualcóyotl”, ubicado en la cerrada 2 de abril, colonia los Reyes Acaquilpan, a unas cuadras del domicilio de la familia. La causa: una neumonía bilateral, según la versión oficial.
Una bolsa de aire se instaló en su estómago, acompañada de náuseas y una furia seca que le escocía los labios.
Compró el primer asiento disponible que encontró en un vuelo sin escalas y viajó apenas con 40 dólares en su cuenta bancaria.
Esta vez no había itinerario ni cuatro maletas.
Esta vez sólo había desconcierto, rabia y una profunda tristeza.
Antes de aterrizar, ante sus ojos húmedos, enrojecidos, desfiló un cielo nublado, con visos de tormenta.
Acumulaba veinte años de desplazamientos entre un país y otro, entre un idioma y otro, entre una familia y otra.
En 1998, José Luis se despidió de Luis Ángel, en su primer viaje de ida a los Estados Unidos. A ese bebé de nueve meses de edad le prometió que, a pesar de la distancia, velaría por él.
En 2018, José Luis se despidió de Luis Ángel, en su inesperado viaje de vuelta a México. A ese joven, cuyo semblante apacible lo interpelaba detrás del cristal de un ataúd, le prometió que, a pesar de la distancia, buscaría justicia.
El dolor de una partida. y una promesa inconclusa.
Cinco años después, José Luis ha cruzado la frontera, con el propósito de exigir justicia por la muerte de su hijo, en tantas ocasiones que ha completado, una vez más, otra vuelta al mundo.
José Luis llegó a Los Reyes, La Paz, en el momento en que velaban el cuerpo de su hijo en la casa de su madre, fallecida hace algunos años, ubicada en la colonia Carlos Hank González.
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